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Un libro muy recomendable

Comentario de Javier Botella de Maglia

Se han publicado muchos libros sobre la trayectoria científica de Santiago Ramón y Cajal (premio Nobel de Medicina 1906) como histólogo del sistema nervioso, pero éste es distinto porque analiza la relación de Cajal con el deporte, con el ejercicio físico y con la contemplación de la Naturaleza. El libro está muy bien redactado, es ameno y contiene algunas fotografías inéditas tomadas por aquel sabio en sus excursiones por las montañas, así como provechosas reflexiones sobre el esfuerzo, el entusiasmo y la perseverancia, cosas que los montañeros comprendemos muy bien. A diferencia de otros científicos que sólo entienden de sus respectivos campos de investigación, el pensamiento de Ramón y Cajal trasciende mucho más allá del laboratorio y abarca otros aspectos de la actividad humana.

Eduardo Garrido, el autor del libro, es un experto en medicina de montaña cuyos estudios sobre el efecto de la hipoxia de la altitud sobre el sistema nervioso son reconocidos internacionalmente. Conoce bien el pensamiento de Ramón y Cajal por haberlo estudiado desde que era adolescente; y además escribe muy bien.

«Cajal y la Naturaleza» es un libro muy bueno, que vale la pena leer a cualquier edad.

La fotografía de la portada es un engaño

Comentario de Javier Botella de Maglia

La malograda expedición de la USS Jeannette, que zarpó con la esperanza de llegar al Polo Norte y acabó con la muerte entre horribles sufrimientos de la mayor parte de los miembros de su tripulación, tuvo una gran resonancia en la sociedad norteamericana de su tiempo y fue lo que hizo concebir a Fridtjof Nansen su idea de aprovechar la deriva de la banquisa polar para llegar con el Fram al Polo Norte o a sus proximidades. Este libro del historiador norteamericano Hampton Sides da la impresión de ser tal vez algo novelado pero quiero creer que en lo fundamental es fiel a la verdad histórica y a los documentos originales. Pero lo que me parece inaceptable es que en la versión española (editorial Capitán Swing) se engaña al lector poniendo como fotografía de portada la que Ernest Shackleton tomó de sus compañeros Jameson Adams, Frank Wild y Eric Marshall el 9 de enero de 1909 en la Antártida a una latitud de 88º 23' S, que no tiene nada que ver con la Jeannette ni con el Ártico. Esta foto se publicó en la página 211 del libro de Shackleton «The Heart of the Antarctic» editado en Londres por William Heinemann en 1910. Esta engañifa dice muy poco de la seriedad y de la fiabilidad de la editorial Capitán Swing. Poco les habría costado poner la misma foto de portada que aparece en la versión norteamericana, que muestra a siete de los supervivientes de la Jeannette en Yakutsk (Siberia) y sí es correcta.

En este mundo dominado por lo virtual y lo «fake» no todo vale; y para una editorial no es bueno ganarse mala fama entre sus posibles lectores.

 
Comentario de Javier Botella de Maglia

Este libro provoca una sensación ambigua.

Por una parte, es el resultado de una investigación extraordinariamente meticulosa, rigurosa, precisa y bien fundamentada que bien podría compararse a una verdadera tesis doctoral. Los autores han conseguido averiguar, casi minuto a minuto, lo que hizo en todo momento cada uno de los sujetos estudiados. Al final de cada capítulo se detallan pormenorizadamente las fuentes de información, lo cual da al libro una gran credibilidad.

Por otra parte, el libro contiene fallos de principiante que pueden llevar a error a los lectores. Veamos algunos:

En un mapa se confunde la frontera reclamada por el Pakistán a la India con la frontera reclamada al Pakistán por la India.

Se dice que los habitantes de las aldeas de Rolwaling en invierno calzan botas de piel de búfalo, animal que no habita en el Himalaya.

Se confunden las manoplas con los mitones, que son los guantes sin dedos que se usan en tiempo frío para hacer manipulaciones finas.

Se dice que Chogori es el nombre autóctono del K2, pero los ochomiles del Karakorum carecen de nombre autóctono porque no son visibles desde ningún lugar habitado. Los términos «Chogori» (K2), «Falchan Kangri» (Broad Peak) y «Gasherbrum» son modernos y proceden de los tiempos de las primeras exploraciones. De hecho, los indígenas del Karakorum no dicen «Chogori» sino «Ketu».

Según los autores, cuya informadora es Janice Sacherer, «Chogori» significa «Puerta de entrada al cielo», lo cual contradice la opinión generalmente aceptada por los expertos. En balti «chogo ri» significa simplemente «gran montaña», hecho confirmado por mi propio informador, el sirdar balti Ghulam Nabi, en 1984.

Para dar más dramatismo a su texto, los autores dicen que en la cima del K2 habita una deidad maléfica llamada Takar Dolsangma y se basan para ello en la interpretación que hace del texto budista Tseringmi Kangsu un lama de la región de Rolwaling que vive a más de un millar de kilómetros del K2 y no sabe de esta montaña más que lo que le cuentan. Ignoro lo que dice el texto Tseringmi Kangsu porque no he logrado localizarlo en ninguno de mis libros, ni en la Enciclopedia Británica, ni en la Enciclopedia Larousse ni en la Wikipedia, pero dudo de que pueda aplicarse la tradición budista a una montaña que no fue conocida hasta mediados del siglo XIX.

Para acentuar la importancia del K2, en el libro se da a entender que el Everest es una montaña fácil y carente de peligros. A tenor de nuestra experiencia en 1991 puedo asegurar que no lo es y creo que semejante afirmación es una irresponsabilidad.

Los peligros del alpinismo a grandes altitudes no son ninguna novedad y lo que les pasó a aquellos desdichados nos podría haber pasado a cualquiera de nosotros. Pero al mostrar el contraste entre los alpinistas generosamente patrocinados, ávidos de fama y a menudo egoístas, y los porteadores de altitud dispuestos a asumir riesgos para ganarse la vida como sea, el libro debería hacernos reflexionar sobre el valor del mérito, el esfuerzo, el altruismo... y el dinero. En el pasado se admiraba el mérito. En el montañismo actual ¿a quién admiramos y por qué?


GANA FEROTGE EN TORNAR D’EXPEDICIÓ

El dia que ens van fer fora d’un buffet lliure

Les expedicions dels anys setanta i vuitanta del segle passat, duraven entre dos i quatre mesos. Qui volia anar d’expedició a una muntanya llunyana, com que no hi havia cap agència que s’encarregués de la logística, ho havia d’organitzar tot. 

No només havia de trobar la financiació, també s’havia de recol·lectar i de recollir  cada un dels medicaments de la farmaciola, establir i envasar les racions d’altitud, les tendes de cada campament, el menjar que calia portar de casa i el que es compraria als pobles veïns, comptar el pes i calcular quants portadors caldrien i etc, etc. I, quan faltaven diners o les empreses no regalaven els seu producte, gratar-se la butxaca.

Tota la logística, repartida entre els expedicionaris. A la primera reunió (sempre a la nit, després de la feina de cadascú) el cap d’expedició deia: jo m’encarrego dels papers, la informació, els permisos i les subvencions, tu del menjar, fas les racions i et busques la vida a veure qui ens dona alguna cosa, tu t’encarregues del material que si no ens en donen portarem el nostre, en Pepet dels viatges i del pes i els portadors, en Quimet de les comunicacions, les adreces i els hotels. I en Ton de la farmaciola, del programa d’aclimatació i de les vies d’evacuació en cas d’emergència. 

Voluntariosos però no professionals, tot era agafat amb pinces i depenia de la bona voluntat de qui ens ajudava o ens donava alguns productes de la seva empresa. No sempre sortia tot bé, però així es van fer moltes expedicions i molts cims.

De vegades, una tenda estripada obligava a fer campaments en iglús o coves de neu. Sovint no ens posàvem d’acord. De vegades quan hi havia sopes i cartutxos de butà, ningú havia pujat un perol. Però quan hi havia un perol, la bossa amb les sopes s’havia quedat a mig camí i s’havia de sopar amb els caramels de la ració de l’endemà. Els corbs, els goraks de l’Himàlaia, eren especialistes en robar el formatge, el pa, la farina i tot els que hi hagués en un campament no vigilat. Per ells, estripar una tenda o una bossa de lona gruixuda no era cap problema. 

Altres vegades, el transport feia malbé el contingut d’un bidó deixat sota un sol tropical. Apa! unes quantes racions menys.  Més problemes? Si nevava fort, més d’una vegada es perdia un dipòsit de material. Però no era sobre unes roques? Si, però on son les roques? Búsca-les, dos metres sota la neu. Bastons d’esquí sense les volanderes i ves punxant fondo a veure si ho trobem. De vegades si, però de vegades no. Apa! Unes racions menys...

Per no parlar de les allaus. Al Manaslu vam deixar tot un campament provisional 6200 metres pensant tornar l’endemà. Els dos dies següents va nevar com si s’acabés el mon. Quan vam poder tornar no hi havia res. Tot havia anat avall arrossegat per la neu acumulada. 

A l’Hindu Kush, l’any 1977 un portador va caure al riu; el vam recuperar sense més problemes que l’ensurt i la mullena, però el carregament, un bidó de menjar, va anar riu avall.

En resum, fos per un all o per una ceba, no es menjava tot el que es volia ni quan es volia. A més a més l’altitud, per més aclimatat que el muntanyenc estigui, fa perdre massa muscular a més a més d’afectar al sistema digestiu.

La realitat és que es perdia bona part del pes que es tenia en començar l’expedició. Perdre el 10% del pes en dos mesos era cosa que consideràvem normal. Un servidor de vostès medeix 181 cm i pesava 79 kg en començar l’expedició al Manaslu de 1982. Tres mesos després, en tornar a Barcelona després d’uns dies de menjar, remenjar i tornar a menjar  com si no hi hagués un demà, pesava 64 kg. Semblava un llapis llarg amb ulls i bigotis. 

Curiosament, les dones no perdien tant de pes. Potser un 5%. Tot té una explicació: en altitud el que es perd és, sobretot, massa muscular. I com que els homes de promig tenen entre un 8 i un 10% més de massa muscular, vet aquí la diferència.

El cas és que, en tornar a casa, la fam era una cosa difícil d’explicar. Un menjava i s’omlia la panxa i en poca estona l’estòmac era ple. 

Arribava un moment que pensaves: Prou endrapar... per ara! 

Però al cap de poca estona, tot aquell menjar, hidrats de carboni i proteïnes, una mica més tard els greixos, havia desaparegut. No només de l’estòmac; havia desaparegut de la sang, ens atacava la hipoglicèmia i la sensació de fam apareixia, de vegades en menys de mitja hora. S’estaven curant les feridetes que en altitud no es curaven mai. Les ungles creixien més fortes i gruixudes, es recuperava i es refeia tot allò que a gran altitud havia quedat en suspens. El consum de nutrients era gran i desapareixien de la sang poca estona després de menjar.

Sol·lució? No sé, però els primers dies esmorzàvem, dinàvem i sopàvem dos vegades sense perdonar un berenar en condicions. A casa ho s’ho sabien molt bé. Quan jo havia de tornar d’expedició s’omplia la nevera fins dalt  d’una forma poc raonable. Però tot plegat s’acabava en dos dies. I Sant Tornem-hi.

Una vegada la cosa va ser tan escandalosa que la gerència d’un restaurant ens va fer fora. El setembre de 1980 tornàvem del Karakorum. Èrem cinc homes afamats entre 28 i 32 anys i vam trobar un hotel de luxe a Rawalpindi que tenia un buffet lliure. Es pagava una entrada i t’atipaves tant com volies. Dit i fet. Plats d’arrós, plats de bé amb curry, plats de pasta amb iogurt, pollastre amb espècies, fruita, postres i pastissos. I quan un acabava i reposava una estona, s’alçava un altre i tornava a omplir un plat. Després un altre. Quan arribava el torn del cinquè, el primer ja tenia una bona gana i s’omplia un altre plat de patates amb pebrots fregits i un mango ben madur. O repetir un plat de pilaf amb verdures i chilis picants. I encara sort (per ells) que les begudes, al Pakistà totes eren sense alcohol i es pagaven apart... I com que no tancaven en tot el dia, anàvem fent.

Aquest episodi devia començar cap a la una del migdia i a les sis de la tarda encara endrapàvem. 

De manera amable, però contundent ens van fer saber que si volíem continuar menjant hauríem de tornar a pagar l’entrada.

Molt bé, d’acord. Molt dignes i amb el cap ben alt vam decidir anar a sopar al nostre hotel, bastant més econòmic.

I així va ser.




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